La enciclopedia y el volcán

 miércoles, 18 de abril de 2007 

Yo fui un niño ejemplar hasta los quince. Alumno modelo. Hijito obediente. Pasaba mi tiempo leyendo, estudiando, escribiendo y ayudando en las tareas de la casa. Sí, porque mi madre siempre quiso una nena y... ¿quién era yo para llevarle la contra?



Será por eso que terminaron gustándome los hombres y adquirí una irrefrenable adicción a las bananas. Lo chistoso fue que mi querida madre, tan orgullosa como estaba de que yo planchara y cosiera como una señorita, me hizo la vida imposible a partir del momento en que por fin descubrió mis gustos amatorios. Pero para que les cuente esa historia falta todavía.




En verdad, mi vida era bastante sosa y aburrida. Siempre hacía lo que tenía que hacer, decía lo que tenía que decir y opinaba lo que se esperaba que un chico bueno como yo debía opinar. Sin embargo, todo eso iba a cambiar a partir del momento en que mi padrino me regalara mi primera computadora.




Corría el 2001 y el gran quilombo que era el país por aquellas épocas contribuyó bastante. Con una computadora en casa y una línea de teléfono (tengamos en cuenta que, por aquellas épocas, uno ni soñaba todavía con el wifi), la conexión a internet se transformó en una tentación demasiado fuerte. Aun para un niñito tan obediente y responsable como yo. Al principio me conectaba con el propósito de buscar material para la escuela. Nunca más de una hora diaria. Pero un día, un compañero de clase me contó que él bajaba fotos de mujeres desnudas y las escondía en carpetas ocultas. Tiempo después tuve oportunidad de comprobar sus dichos. En el escritorio solo se veía una carpeta llamada “LABERINTO”, pero en su interior se desplegaba una veintena de subcarpetas cuyos nombres eran grupos de signos y de letras elegidos al azar. Dentro de esas subcarpetas sucedía lo mismo y muy pocas de todas ellas contenían algún archivo, de modo que encontrar sus descargas lujuriosas era poco menos que improbable, si uno no conocía la ruta precisa para llegar a ellas. En definitiva, se trataba de un método excesivamente laborioso para ocultar las pruebas de una práctica sobre la que nadie tenía dudas.

No obstante, para el adolescente que era yo por aquellos tiempos, el morbo resultó ser contagioso. Él se interesaba en desnudos femeninos, pero yo ya tenía la sospecha de que mis preferencias corrían por diferentes carriles. Y si en internet se podía encontrar fotos de mujeres, también debería haber de hombres. Bah, siendo honesto, a los quince años lo mío ya no era una sospecha sino una clara certidumbre.

Porque en realidad, antes de la llegada de internet, en mi vida ya había sucedido algo que me había esclarecido las cosas respecto de la sexualidad.








Como buen chico aplicado, también era un pendejo informado. Mi padrino tenía una biblioteca muy bien surtida y, antes de que me regalara la compu, me encantaba pasar horas y horas en su casa leyendo.

Una tarde encontré una colección que no había visto antes. Era la "Enciclopedia de la Sexualidad" en tres tomos y apareció un día, como por arte de magia, en uno de los estantes superiores, justo sobre las novelas de aventuras que eran mis favoritas. En ese momento no lo advertí, pero estaba claro que mi padrino QUERÍA que la encontrara.

Las ilustraciones fueron un factor detonante. Soy hijo de madre viuda, hasta ya entrada la adolescencia no tuve amigos varones y el único contacto que tenía con otros muchachos se limitaba a mis compañeros de escuela, lo cual no era mucho: yo era el traga de la clase y, a pesar de ser en el fondo un chico normal, simpático y ocurrente (modestia aparte), mi afición al estudio me convertía en un personaje sospechoso y poco digno de confianza. Por eso digo que las fotografías despertaron en mí lo que en un principio parecía solo curiosidad. ¿Qué quiero decir con esto? A ver si me explico: ¡nunca había visto un hombre desnudo hasta los doce años! No sé cómo pudo ser posible, pero juro que fue así. Mujeres a montones (en las películas, en las revistas) pero hombres, ninguno. Bueno, sí, algunos tipos en cueros que me provocaban cosquillitas en la panza sí. Pero estoy hablando de tipos completamente en bolas. ¿Me explico? Y fue obvio que los hombres desnudos no me resultaban tan indiferentes como las mujeres. Si se me permite la expresión, con los hombres se me ponía dura.


Recuerdo como si hubiera sido hoy el primer encuentro con aquella enciclopedia que me ayudó a aceptar mi diferencia sin demasiada culpa (que para generarme culpas ya estaba mi madre, pero no quiero hablar de ella hoy). La portada misma era impactante: una familia muy hermosa y completamente sin ropas sonreía desde los claroscuros genialmente diseñados por el artista. Salvo un pequeñín de unos dos añitos, que aparecía con su pitito al aire, en realidad no mostraban nada "íntimo" y no creo que sea necesario aclarar que el único que me interesaba era el papá. El señor apenas dejaba sospechar la curva de sus glúteos, pero eso fue más que suficiente para que se me acelerara el ritmo cardíaco y se despertara mi entrepierna (una cosita de nada porque a los doce todavía no había mucho para despertar). Había tomado el tomo I con gran curiosidad y lo abrí con nerviosismo. Lo hojeé rápidamente, con avidez, y sufrí entonces una gran decepción: todas minas y pendejitos. ¡Ni un solo tipo digno de ser admirado! Sin embargo, algunos títulos captaron mi atención y fue así como incorporé conceptos tales como "orgasmo", "feromonas", "zonas erógenas" y esas cosas.

Sin darme cuenta y sin que fuera necesario el incentivo visual, la mano derecha se me había colado por debajo del pantalón e intuitivamente comenzaba a descubrir los secretos de los placeres solitarios. Mi primera masturbación fue tardía pero maravillosa... e inconclusa.


Me estaba preguntando cómo había sido posible que no me hubiera toqueteado nunca antes, cuando caí en la cuenta de que lo estaba haciendo en medio de la sala del departamento de mi padrino. Apenas tuve tiempo de acomodarme la ropa y regresar el tomo de la enciclopedia a su sitio antes de que mi padrino abriera la puerta. Por suerte, la reja de la calle estaba vieja y oxidada, con sus goznes chirriantes que servían de alarma cuando alguien entraba en la propiedad. De regreso de su trabajo, padrino había comprado medialunas y preparó la merienda para ambos. Pero esa vez hubo poca charla. Tomé solo unos sorbos de chocolate y no terminé la segunda medialuna. Me fui cuanto antes a mi casa. Obvio: necesitaba un baño o cualquier otro sitio donde pudiera disfrutar de cierta "privacidad".

Y les puedo asegurar que aquel debut fue sorprendente y contundente. Ya se imaginarán por qué. No voy a tener el mal gusto de excederme en los detalles. Baste con saber que aquella tarde me di cuenta de que tenía un volcán entre las piernas.

Lástima, ya se me acabó el tiempo. Ahora vivo en mi propio departamento, tengo una nueva computadora y conexión de banda ancha, pero me espera un cliente.

Otro día continúo contándoles la historia. Claro... si les interesa.

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