Alain en la biblioteca


Comenzamos el mes de agosto con un sabor amargo en la boca. Pero como no somos de los que se rinden, lo contrarrestamos dándole la bienvenida a nuestro blog a uno de los pequeñuelos más sensuales de TBW. Pasen, miren y relámanse, juas.

Efectivamente, el sabor amargo es porque Google ha clausurado nuevamente una cuenta de Fede y, por tal causa, ya no están disponibles los archivos que él subiera desde esa cuenta. ¿Y cuáles serían esos archivos? Pues la gran mayoría de los archivos rar que enlazamos al final de cada publicación con el texto DESCARGAR.Obviamente, tampoco están ahora disponibles las fotos de los CABUSES, incluidas las que subiera ayer mismo. Pero en este último caso, sí están disponibles en el enlace de DESCARGAR porque (previendo este tipo de censuras) nunca subimos los archivos rar desde la misma cuenta que hacemos la publicación (Fíjense ustedes la ingeniería que hemos tenido que desarrollar para evitar perder todo el material de un plumazo). En fin, ya veremos cómo iremos reponiendo los enlaces y el material perdido. Entretanto, la vida de BANANAS continúa.

Y continúa con esta belleza que nos supo regalar hace algunos años la producción de TBW, especializada (como todos sabemos) en material pornográfico gay con chicos adolescentes (no siempre de manifiesta legalidad).

Esta selección de fotografías corresponde a parte del extenso material que, hace unos meses, nos hiciera llegar Angelito, nuestro amigo bananero de la primera hora que, desde la resurrección de nuestro blog, no ha dado señales de vida. Si estás por ahí, Angelito, queremos que sepas que nunca nos olvidamos de vos.

Cuando vi las fotos por primera vez no pude evitar un pensamiento autorreferencial.

Estas imágenes ambientadas en una gran y hermosa biblioteca me hicieron pensar en la gran discriminación que sufren (¿sufrimos?) las personas nerd. En el caso de los varones, somos segregados tanto por los pakis como por los propios gays (que a pesar de sufrir en carne propia los rigores del desprecio ajeno, no se privan de cometer las mismas injusticias contra otras minorías).

El inconsciente colectivo establece que un nerd debe ser tímido, retraído, con dificultades para socializar, malo para los deportes, ¡incogibles! (o sea, personas a las que nadie querría coger) y un largo etcétera. En el fondo, todos sabemos que los ejemplos que prueban lo contrario no solo existen sino que abundan. Sin embargo, siempre se los relega a la categoría de EXCEPCIONES. Y es que nuestros prejuicios tienen tanta fuerza que nos negamos a aceptar que esas supuestas excepciones a la regla en realidad borran de un soplamoco la regla misma.

Cuando yo era adolescente, hubo alguien que me advirtió de los peligros que venían adosados a mi doble condición de puto y nerd. "Vas a tener que estar siempre alerta. La gente mediocre no perdona la inteligencia. Mucho menos si sos lindo y te la comés". Siempre recuerdo esas palabras proféticas y quisiera que no hubieran sido tan acertadas.

Suelo decir (y no me canso de repetirlo) que he sido un tipo de suerte. Ya desde el inicio pude marcar las diferencias entre lo que quiero y lo que no, tanto para mí como para mi entorno. Tratando de no llevar la defensa de mis derechos al plano de la violencia, supe enfrentarme al machismo circundante con relativo éxito y sin perder integridad en el camino. No faltó incluso el que me abordara con intenciones de romperme la cara por comilón y terminara pidiéndome una mamada, juas. Aunque frecuentemente tuve que recurrir a la manipulación psicológica casi por instinto. Fue el caso de Oscar A., un mastodonte de mi escuela que, a los quince años, ya se perfilaba como el milico de mierda en el que finalmente se convirtió.

Cuando se empezó a correr la voz de mi homosexualidad en la escuela, una mañana y sin que mediara interacción previa, Oscar me empujó en uno de los pasillos que estaba desierto. La agresión me tomó por sorpresa y caí al suelo.

- ¿Así que sos putito vos? A mí me dan asco los putos -me dijo antes de lanzarme una primera patada contra las costillas.

Él suponía que yo era un pobre imbécil como el que sus prejuicios le indicaban que debía ser. Por eso se sorprendió genuinamente cuando vio que esquivaba su golpe y me ponía de pie con gran agilidad. Si antes de llevar a cabo su agresión hubiera realizado una mínima investigación, se habría podido preparar para mi reacción. No era secreto para nadie que, puto y todo, yo tenía un desempeño bastante aceptable en las clases de atletismo.

- Si me tocás, todo el colegio se va a enterar de que fuiste vos el que me pediste que te chupara la pija -le dije con un tono de voz que me gusta imaginar diabólico.

Mi desafío lo llenó de zozobra y de más bronca. Tanto que me lanzó un segundo golpe, esta vez con el puño, que también pude esquivar.

- ¡Yo nunca te pedí que me chuparas la pija!

Primer triunfo de mi parte: lograr que se pusiera a la defensiva.

Y mientras me mantenía a una distancia prudencial de sus posibles ataques, desplegué la segunda etapa de mi improvisado plan: hacerlo dudar hasta que se batiera en retirada.

- Va a ser tu palabra contra la mía. Y nunca vas a lograr convencer a todos de que miento. Yo soy puto y me la banco. Pero vos te vas a pasar el resto de tu vida cagándote a trompadas con los que me crean a mí.

La furia y la impotencia se manifestaron en la hemorragia de sus ojos. Sus puños apretados apenas si eran contenidos por el miedo pánico que empezaba a dominarlo desde dentro.

Poco a poco, caminando hacia atrás y sin quitarle la vista de encima, fui abandonando la escena. Imagino que, cuando yo llegué al patio donde el resto del alumnado disfrutaba del recreo, él todavía estaba tieso en el pasillo solitario, destilando su veneno.

Volvimos a cruzarnos muchas veces, claro está. Pero no volvió a mediar una palabra entre nosotros. Su odio hacia mí fue tan grande como su impotencia, su ignorancia y su cobardía. Un tipo valiente (un "macho", en sus propios términos) se habría cagado en la prudencia y me habría quebrado un par de costillas, aunque más no fuera para dejarme en claro quién mandaba. Por supuesto que los demás jamás hubieran creído mi patraña. Pero las mentes frágiles son así de manipulables.

Ya lo había dicho Mafalda con mucha más claridad que yo: 

"Lo peligroso de vivir sin leer es que te obliga a creer en lo que te digan los demás".

            

            

      



            

      

      

      

            

            


            

            

            

            

            

            

            

            

            

            

            

            


            


      

            

            

            

            

      


            

            

            




            







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