Pelotas calientes
No podemos dejar pasar más de una semana sin publicar algún video de nuestros rusitos favoritos, juas. Pasen y prepárense porque hoy compartimos con ustedes una escena realmente cachonda... y algo más.
Como pueden darse cuenta, uno de los dos protagonistas del día de hoy es nada menos que Tony Keit (también conocido como Matthew Palmer), a quien ya hemos visto en varios episodios anteriores. Nada nuevo que decir de esta maravilla del porno eslavo que no tiene límites a la hora de disfrutar y hacernos disfrutar del sexo.
Hoy lo acompaña otra maravilla de bebote, que lamentablemente no ha tenido (todavía) un suceso similar al de Tony, aunque le sobran méritos. Se lo conoce como Rimi Morty y tenemos noticia de al menos una veintena de videos protagonizados por él y producidos por Southern Strokes y Boy Fun. Trabaja desde inicios del 2022 y en la mayoría de sus apariciones asume el rol de activo, pero también ha disfrutado por detrás, jeje.
La escena es por demás caliente y me ha traído a la memoria una historia personal que tuvo lugar en tiempos de mi adolescencia.
No es noticia para los seguidores de este blog que yo disfruto del sexo desde muy temprana edad.
A los dieciséis, ya nadie en el colegio ignoraba mis preferencias sexuales y no era infrecuente que cogiera en la misma escuela con otros chicos de mi edad (los tipos más grandes me cogían en otros lados, jeje).
Un poco por gusto, como un modo de gastar el exceso de energías, pero sobre todo como estrategia de levante, invertía gran parte de mi tiempo en el deporte. A pesar de no ser un apasionado (y mucho menos al estilo argento), era bueno para el fútbol y mis compañeros de equipo siempre celebraban mi buena predisposición, tanto durante como después de los partidos. Por diversas razones que ya podrán deducir, tuve cierto brillo en la historia de los torneos internos de la escuela.
Una tarde de llovizna, jugábamos contra el equipo de Cuarto Comercial, en las instalaciones del club cercano al colegio, donde solíamos hacer las prácticas deportivas. Nosotros éramos de Tercero de Sociales y necesitábamos ganar ese partido para seguir en carrera por la copa de ese año. Se sabía que los rivales eran duros para jugar, brutos y poco estratégicos, pero a fuerza de patadas y una animalidad típica de machos antediluvianos, obtenían buenos resultados y se mantenían entre los primeros puestos de la tabla de posiciones. Así fue como, en una jugada de dudosa legalidad deportiva, el salvaje de Oscar A. (que me la tenía jurada desde tiempo atrás por un cruce que habíamos tenido y del que creo que ya hablé alguna vez) me dio un puntapié en la canilla derecha que, en un primer momento, por causa del intenso dolor, pensé que era una lesión severa en la tibia.
El referí del evento era el viejo Namor (sí, ese era su apellido y no me importa si se entera que lo menciono aquí, jajaja), profesor de educación física que tardé mucho tiempo en descubrir por qué siempre me había tenido entre ojos. Obviamente, el tipo no cobró ninguna falta y, aunque me habían tenido que sacar de la cancha lesionado, permitió que Oscar siguiera jugando como si nada. Inútiles fueron las protestas de mis compañeros.
Salí del campo en medio de la leve llovizna, auxiliado por Silvano, un chico de Quinto Naturales, que era bastante malo para los deportes y oficiaba como ayudante de Namor en la organización de los torneos colegiales a cambio de una buena nota en la asignatura.
Silvano era alto, flacucho, desgarbado y andaba siempre muy mal vestido, incluso para los estándares estéticos tan particulares de la tribu gótica a la que decía pertenecer. En todo momento se lo veía de negro. Era pálido como el papel y tenía un piercing también negro en la comisura derecha de su labio inferior. Sin embargo, estaba muy lejos de ser considerado un chico poco atractivo. Tenía unos ojos enormes, igualmente negros como el azabache, y unos rasgos delicados y armónicos que le daban a su rostro un aire de romántico decimonónico.
Ante el pedido de Namor, entró en la cancha y me ayudó a levantarme. Yo no podía pisar, por lo que él (con cierta destreza) pasó uno de mis brazos alrededor de su cuello y coló uno de los suyos por debajo de mi axila, sosteniéndome firmemente y permitiéndome avanzar a saltitos.
Yo estaba dolorido pero resultó que la lesión no era tan grave. Me recosté en las gradas de la improvisada tribuna que separaba la cancha de fútbol de la de tenis, debajo de un toldo precario que habían instalado como protección contra el sol o contra la lluvia. Para mi gran sorpresa, él se acomodó a mis pies, me ayudó a quitarme las zapatillas y las medias y se aprestó para darme un masaje en las piernas. Obvio que no formaba parte de sus obligaciones como asistente del profesor y tampoco teníamos un vínculo de cercanía ni de confianza que justificara tantas atenciones, pero de ninguna manera era algo que me desagradara, je. Al ver la expresión de mi rostro, se sonrió (hoy podría catalogarlo como seductoramente) y me aclaró que su madre era masajista, que él había aprendido mucho viéndola trabajar y que sabía lo que tenía que hacer para hacerme sentir mejor.
Y, efectivamente, lo sabía...
Sus dedos huesudos eran muy suaves e inesperadamente fuertes. Se untó las manos con un aceite que extrajo de su mochila rotosa (en la que con un poco de imaginación se podía distinguir la desgastada imagen del rostro de Kurt Cobain) y me masajeó ambas piernas por igual anunciando (antes de que yo llegara a interponer mi comentario) que "el cuerpo responde más rápido si los estímulos son equilibrados"... No estoy muy seguro de lo que eso significaba, pero se sentía tan bien que lo dejé hacer a gusto. Dedos y manos recorrían mis piernas casi con ternura, por más que los movimientos también eran firmes y certeros. Aunque seguía sorprendido, no me molestó que el masaje se extendiera hasta la zona más elevada de mis muslos y que, ya al final, se tomara la atribución de incluir a mis pies en la tarea. Sin que yo me diera cuenta, en medio de los gritos del partido, me estaba calentando.
Cuando Namor hizo sonar el silbato para cobrar un tiro libre a favor de los de cuarto, Silvano me preguntó cómo me sentía. El dolor de mi pierna ya no era ni la sombra de lo que había sido y él dio por terminada su tarea. Se limpió las manos con una toalla y se recostó a mi lado, sobre las gradas, pronunciando la frase icónica de lo que fue nuestra relación de allí en más:
- ¡Qué linda tarde!
- ¡Qué decís! -le respondí en una carcajada- ¡Está a punto de largarse tremenda tormenta y a vos te parece linda!
- La lluvia es linda... Se pueden hacer muchas cosas debajo de la lluvia...
Era un pensamiento muy "silvano" y la charla habría podido continuar en la dirección de lo bucólico, si no me hubiera dado cuenta de un detalle que no había percibido hasta ese momento.
- ¡Se te puso dura! -exclamé entre dientes, tratando de disimular mi exaltación.
Él me sonrió como si nada. Sin atisbo de rubor.
- A veces me pasa cuando me siento bien... -dijo con la tranquilidad de quien no tiene nada que ocultar.
Y sin duda que eso que llevaba entre las piernas no era algo para avergonzarse. Llevaba puesto un pantalón (negro) muy holgado y se le había formado una carpa notoria. Yo no podía apartar mis ojos del bulto y los ruidos del partido me llegaban como en un eco lejano.
De pronto, una extraña sensación me sacó del ensueño, dirigí mi mirada hacia él y descubrí sus enormes ojos negros fijos en los míos. Por unos instantes indefinibles, que pudieron haber sido microsegundos o siglos, hubo una conexión entre nosotros que no admitía medias tintas.
- Me dieron ganas de chupártela. -le confesé así, a lo bestia, eludiendo todo disimulo.
- Me gustaría... -me respondió él, con una sonrisa que le iluminó el rostro.
Estábamos demasiado expuestos. Cualquiera que nos hubiera visto se habría dado cuenta de lo que estaba sucediendo. ¡A mí también se me había puesto dura!
- ¿Podés caminar? -me preguntó.
- Sí... Duele un poco pero ya no tanto...
- No importa. Hacé de cuenta que no.
Entonces se puso de pie (¡su pija seguía dura!), me ayudó a hacer lo mismo y volvió a pasar su brazo alrededor de mi torso, como si yo siguiera necesitando su auxilio para caminar. Así abrazados nos dirigimos hasta los vestuarios, que estaban desiertos.
Apenas estuvimos fuera de la vista de los posibles curiosos, nos echamos a reír y, sin mediar palabra, él me tomó de la mano y me guió hasta el lavabo, donde se bajó el ridículo pantalón y dejó en libertad la hermosa verga que copaba mi atención.
Mis manos se apuraron a tomarla pero él lo impidió. Sin hablar, con apenas un gesto, señaló el lavabo. Acto seguido, abrió la llave del agua, se mojó las manos y se limpió la pija con movimientos rápidos pero eficientes.
- Ahora sí. -dijo finalmente. Y yo me dejé caer a sus pies.
Mi movimiento fue imprudente, dado el golpe que acababa de recibir. Cuando mi rodilla tocó el suelo, la aun dolorida tibia me lo hizo notar. Sin embargo, fue el mismo momento en que la verga de Silvano se introducía dentro de mi boca; por lo tanto, todo el universo se redujo al estrecho contacto entre su glande y mi lengua. Él hizo un notorio esfuerzo para reprimir el gemido que le surgía de las entrañas y se abalanzó sobre mí, clavando su pene en las profundidades de mi garganta. De alguna manera, sus pantalones habían caído definitivamente al suelo y, de pronto, me vi aferrado a sus piernuchas flacas e inusitadamente peludas. Muy peludas... aunque cubiertas con un vello largo y suave. El vello de su pubis era muy similar. La base de su verga se sumergía en una maraña de pelos lacios muy distintos a la pelambre dura y ensortijada que solía encontrar en todos los tipos a los que se la había chupado. La verga en sí era larga y tuve que poner a prueba todo mi talento para tragarla entera. Pero no era grande. Al menos no en el sentido que todos imaginamos cuando hablamos de una pija enorme. Era una pija rara, cabezona y ancha, pero chata, aplanada. En días posteriores, tendría oportunidad de observarla con mayor atención y llegué a compararla con un canelón, jajajajajaja. Y juro que me encantan los canelones. Sobre todo los de carne, jajajajaja.
Me encantó chuparle la pija en aquel vestuario de club de barrio tan poco propicio para el erotismo. Y él tampoco se vio a disgusto. Estaba claro que no era la primera vez que pasaba por aquella experiencia. Sus movimientos eran precisos y delicados. La mano en mi nuca empujaba mi cabeza con suavidad y cesaba la presión ante cualquier reacción de incomodidad por mi parte.
Silvano era un amante sobresaliente.
Cuando la verga adquirió una dureza extrema, supuse que todo terminaría allí, que eyacularía en mi boca y cada quien regresaría a su rutina. Sin embargo, él tenía otros planes.
Sacó la pija de mi boca y, con una sonrisa de placer indescriptible, paseó su glande por toda mi cara, dejando una estela de saliva y presemen. Después me ayudó a ponerme de pie y, sin que yo me lo esperara, me abrazó y me besó en los labios.
Fue un beso extraño y muy placentero. No fue un beso romántico. No fue uno de esos besos que dicen "te quiero", sino uno de esos que te susurran "date vuelta que te doy". Y yo, muy obediente, me di vuelta.
Me apoyé con las manos en los fríos azulejos de las paredes y me dejé hacer. Elevé la mirada hacia el cielo raso mientras sentía sus dedos de aguja embadurnando mi culo con la saliva que acababa de caer sobre mi nalga. Más saliva llegó en auxilio para completar la faena y uno de los dedos se introdujo en mi ano. No entró muy a fondo, pero su suspiro salió de los labios de Silvano en clara referencia al cálido ambiente que lo esperaba en mi interior. Sentí la dureza de su verga paseándose entre mis nalgas al tiempo que sus manos huesudas se aferraban a mis hombros justo antes de que el glande iniciara su aventura en mis entrañas.
Tal como era su naturaleza, Silvano me penetró delicadamente, milímetro a milímetro, a pesar de la urgencia que el entorno tan particular habría supuesto. Sumamente excitado, bajé la mirada hacia el suelo y vi mi propia verga, que comenzaba a latir al mismo ritmo con que latía la de Silvano en mi recto. Cuando estuvo toda dentro, se quedó quieto y mi sensación de plenitud fue indescriptible. El placer forzó la tensión de todo mi cuerpo. Sus manos se deslizaron hasta mi cintura, erizándome la piel de pies a cabeza, esos mismos pies que en una contorsión inaudita terminaron por plantarse sobre el empeine de las zapatillas de mi amante.
Ese acto funcionó como el detonante del desenfreno. Apenas mis pies se posaron sobre los suyos, la pelvis de Silvano inició un bamboleo de atrás hacia delante que poco a poco fue incrementando su intensidad. Tuve que reprimir los gemidos. No porque tuviera conciencia de que cualquiera que estuviera cerca hubiera podido oírnos, sino tan solo por instinto. Silvano, en cambio, no podía evitar los jadeos y resoplidos ante cada embestida contra mi culo. No sé cuánto tiempo estuvimos así pero recuerdo las sacudidas de mi pija dura y la presión cada vez más incontrolable que inundaba mis testículos. Apoyado en la pared con las dos manos, no podía masturbarme mientras Silvano me garchaba con tanto entusiasmo y, por más que lo hubiera intentado, no habría sido necesario. Mi calentura fue tal que terminé eyaculando en torrente y sin tocarme. Fue un goce tan maravilloso que apenas pude ahogar el estertor final.
La tensión del orgasmo, como suele suceder, me obligó a fruncir los esfínteres y a estrangular con mi culo la verga de Silvano. Él siguió moviéndose un poco más dentro de mí pero la extrema estimulación también desató su corrida, llenándome el culo con la leche espesa que le conocería recién en futuros encuentros.
El último embate fue profundo y, mientras su verga se vaciaba en mi interior, me abrazó como si de ese abrazo dependiera su permanencia en este mundo. Y cuando pudo recuperar el resuello, comenzó a besarme los hombros y la nuca, al tiempo que sus manos y sus brazos recuperaban el movimiento para manosear todo mi cuerpo como no lo habían hecho hasta el momento.
VER EN
Desde el exterior volvían a llegar los gritos y pitidos del partido. El mundo había seguido su derrotero a pesar de nuestra ausencia.
- No nos extrañaron. -bromeé.
- Y nosotros tampoco a ellos.
Él se acomodó la ropa y recién entonces pude ver que sus calzones también eran negros. Yo busqué la mía en mi casillero y me vestí ante su mirada atenta. Ninguno de los dos pensó en higienizarse. Nuestras mentes estaban en otro lado.
Camino a la salida, Namor daba el silbatazo que ponía fin al partido. Nuestro equipo había perdido cuatro a dos ya se escuchaban las puteadas de los vencidos y las burlas de los vencedores. Silvano no me sacaba los ojos de encima pero nadie estaba en condiciones de notarlo.
Minutos después se desató la lluvia intensa y nos despedimos.
- Me gustó mucho lo que hicimos. -me dijo con vocecita de quinceañero, a pesar de que ya no lo era.
- A mí también. -le respondí de igual manera, pero yo apenas pasaba de los quince.
Él se quedó cortado por un instante, como si buscara alguna idea en su cabeza.
- Pero... ojo que yo no soy gay.
- Ni falta que hace. -le aclaré- Con que se te pare es suficiente.
¡Estos chicos tienen muchas ganas de sexo!
ResponderBorrarY no hacen nada para disimularlo!!!!!! jajajajaja
BorrarWOWWWWWWW Volvieron los relatos!!!!!! Yo me hice fan de bananas x los relatos q publicabas antes!!!!!! Q bueno que regresen (Soy Ariel de Antofagasta)
ResponderBorrarGracias por el comentario, Ariel. No quiero prometer nada, pero es posible que los relatos regresen de manera más periódica.
BorrarEs curioso que me calienten más tus historias que los vídeos... Ya lo dice Woody Allen que el cerebro es su segundo organo sexual favorito...
ResponderBorrarBesos y abrazos
Josep Peaceforever